Esta noche en que los Reyes Magos harán que vuelva a ser mágica puede que tú, por tu condición de descreído, no serás capaz de valorar ni estimar cuanto sentirán todos los niños al paso de sus majestades por nuestras calles. Tú sigue con tus escepticismos y manías, pero deja de contagiarnos con tu malhumorado pesimismo y que los demás podamos sentir las sensaciones que sólo pudimos vivir de pequeños en nuestra desbordada imaginación. Porque entonces los Reyes llegaban a Ontinyent de modo casi clandestino, de tapadillo, sin una fantástica cabalgata como la que en las últimas décadas podemos ver, y que nos permite a los ya mayores sentir idéntica admiración y pasmo con que los críos los ven pasar.
Sí, sí, llegaban entonces “por la costerita” y ya Jacobo se había convertido en un personaje nuestro, del que no consigo saber por más que lo pretendo ni cuál es su procedencia, ni cuándo y porqué vino a Ontinyent para quedarse como uno de nuestros personajes más queridos. Entonces, por los años sesenta del pasado siglo, los Reyes Magos no habían incluido todavía a nuestra ciudad en la ruta de las grandes ciudades que visitaban cada tarde-noche del 5 de enero.
Y nos teníamos que conformar – qué remedio— con contemplar el desfile mañanero de un Jacobo a bordo de un coche descapotable de color rojo. Bien pronto descubrí que él era Miguel Sarrió, que tenía una tienda, El Candado, ubicada en la placeta de San Jaime. Sarrió era de esos ontinyentins que no sabía, ni quería, decir nunca que no cuando se le pedía se implicase en nuestra fiestas y nuestras costumbres. De ahí que en repetidas ocasiones recitase los versos de Cervino y Ferrero como embajador de oficio o de mérito. Conocer la identidad del personaje de Jacobo, del que di cuenta a mis hermanos a la hora de la comida, se encontró de inmediato con un rotundo desmentido paternal, que acaté con filial resignación no fuese a desconcertar a los Torró más pequeños.
Servidor ha vuelto, un año más, a ser ayudante de Jacobo en el Colegio Pureza de María. Lo puse por escrito aquí mismo hace quince días, diciendo que es un encargo al que resulta imposible sustraerse, por ser una impagable oportunidad de enriquecerse con la fuerza que te llega desde las limpias miradas de los más pequeños, todos ellos pura ilusión y trémula sorpresa, al ver tan de cerca a quien les saluda en nombre de los Reyes Magos y recoge de sus manos las cartas.
En los años ochenta un grupo de amigos que reunían las cualidades y calidades de ser ontinyentins, festeros y entusiastas de todo lo nuestro, decidió organizar una cabalgata a lo grande de los Reyes Magos. Contaban con la experiencia anterior de unas primeras cabalgatas organizadas por la Sociedad de Festeros de Moros y Cristianos. He pedido ayuda para poder mencionar a cuantos más mejor de aquellos pioneros. Me recuerdan y anoto los nombres de Pepe Guerola Albero y su hermano Antonio; Enrique Galiana El Ñoño; Pepe y Javier Niñerola Company; Paco Borell; Joaquín Reina Ruiz; Pascual Fita; José Guerola Martínez; Ángel Bordera; Salvador Calabuig; José María Pastor Figuera, Salvador Pla; Pedro García Parra; Rafael Guerola Gandia… hay más, sí, con los que quedo en deuda y tendrán su debido reconocimiento.
Unos y otros, implicados hasta el tuétano. Como lo estuvo el recordado Antonio J. Lacueva, que contribuyó con ímpetu a poner las bases para hacer realidad el recorrido de sus Majestades de Oriente por Ontinyent, que ha ido creciendo año tras año en boato y espectacularidad, de modo que ya hace mucho tiempo que la cabalgata que organizan sus Amigos –con mayúscula-- en nada desmerece de las que se hacen en otras ciudades que cuentan con un censo poblacional que duplica o triplica el nuestro. Nosotros, además de tres Reyes Magos, tenemos a Jacobo que no desmerece en porte a Sus Majestades y al que el músico, director y compositor Miguel A. Sarrió Nadal, al que de casta le viene, le dedicó hace diez años una marcha que suena en la cabalgata de los Reyes.
A todos cuantos hacen posible que la magia más pura, la que encandila a nuestros pequeños, se haga realidad un año más, gracias mil. Que el Niño Dios que nació en Belén os lo pague.