Por muy resiliente que se pueda ser, e incluso llegar a vencer la enfermedad, la muerte sabe que antes o después terminará imponiendo sus tesis y saliéndose con la suya. Fernando Martínez Castellano (Valencia, 1942), ha mantenido durante casi una década una dura disputa con el cáncer. Le ha plantado cara, consiguiendo frenar la inmediatez de sus prisas, pero terminó exhausto y vino a morir el pasado lunes, 20 de mayo.
Fernando fue el primer alcalde democrático de Valencia. Encabezó la candidatura del Partido Socialista Obrero Español en las elecciones de abril de 1979. Y aunque las ganó la UCD con 124 683 votos, una diferencia de poco más de dos mil votos, obteniendo 13 concejales, los mismos que el PSOE, el apoyo que le proporcionó el Partido Comunista declinó a su favor la alcaldía y Martínez Castellano fue investido alcalde. Por poco tiempo. 

Una maquinación urdida por la cúpula de su partido entre Madrid y Valencia, disconforme con sus opiniones, discrepancias y libertad de pensamiento, terminó con su expulsión del PSOE; se le privó de su acta de concejal, que luego la Justicia determinó que nunca debió perderla;  y fue apartado de la alcaldía. Los que se conjuraron en su contra le acusaron sin prueba alguna y con la mayor mezquindad de haberse apropiado de cinco mil pesetas (poco más de treinta euros) durante la campaña electoral. 

Los que de verdad fueron sus amigos, los de desde mucho antes de ser alcalde, lo siguieron siendo después. Con el tiempo tuvo muchos más. Unos, desde la coincidencia ideológica, porque él siguió siendo socialista. Otros desde la discrepancia, pero respetando la coherencia de su pensamiento.  Fue libre y ejerció la libertad a la hora de opinar y escribir, como durante mucho tiempo hizo en una columna –“En fila india” – en el diario Las Provincias que dirigía María Consuelo Reyna. 
Tuve la suerte de contar con él como tertuliano en el programa El poder valenciano en aquella Valencia Te Ve, en que cada noche quienes participaban hacían uso de su libertad de pensamiento y opinión, lo que no tardó en convertirse en un espacio de referencia durante los más de tres mil programas que permaneció en antena. A poco de conocerle me dio cuenta de su vinculación familiar con Ontinyent, en donde había nacido su padre, y que con él había recorrido desde bien pequeño cuando le llevaba a pasear  por nuestras  calles y plazas y cuyos nombres había memorizado como en lo que no dejaba de ser un filial homenaje a sus mayores. 

Del respeto que se le ha tenido a Fernando Martínez Castellano en vida, y ahora en su muerte, ha dado buena prueba la alcaldesa de Valencia, María José Catalá, que tan pronto supo de su fallecimiento telefoneó a su mujer, Encarna, para trasmitirle las condolencias de la ciudad, que se plasmaron en los tres días de luto oficial y en la celebración de un pleno extraordinario, en el que alcaldesa resaltó  “su entrega a la ciudad como servidor público, y su lealtad y amor por Valencia”. “Hace cuarenta y cinco años –añadió-- Fernando Martínez Castellano abrió las puertas de este edificio y con ellas una nueva etapa para la ciudad, la de la Valencia democrática. Hoy esas puertas se han abierto, de nuevo, para despedir, con la dignidad que merece…”.
“Martínez Castellano perteneció a una generación de políticos que nos dio una lección de vida y de democracia a todos, una generación que dejó a un lado rencores y diferencias, asumiendo que el diálogo y el respeto era el camino, unos valores tan necesarios hoy”. Recordó así mismo que si bien el mandato del primer alcalde de la democracia (que duró del 21 de abril al 14 de septiembre) fue breve, pero intenso, y que a pesar de verse obligado a dejar la alcaldía de forma precipitada y no regresar jamás a la política, nunca dejó de ofrecer a los valencianos su visión de ciudad”.

“Por todo ello, anunció María José Catalá, Valencia tendrá un lugar con su nombre para honrar su memoria, porque es justo, es honesto y es una obligación moral reconocer su trayectoria durante la Transición y como alcalde. Y de acuerdo con el deseo de su familia, el Ayuntamiento le dedicará un espacio en una zona cercana al Parque de Cabecera, por donde él tanto disfrutaba paseando”.

A primera hora del pasado sábado, escribí un artículo para ABC en el que reflejaba mis sensaciones del día anterior al ver las fotografías de los Luis Vidal, padre e hijo –e incluso de abuelo y bisabuelo – en una exposición sobre los orígenes del periodismo valenciano. Una de esas fotos, la que más interesó por varias razones, es la que plasmaba las risas y saludos que intercambiaban la periodista María Consuelo Reyna, el socialista Fernando Martínez Castellano y el comunista Antonio Palomares. 
Bien conocidas y dispares eran sus convicciones y creencias, pero en esa foto se reflejaba en gran medida el espíritu de la Transición, un tiempo en que por encima de las discrepancias ideológicas anidaba en todos nosotros de nosotros –políticos, ciudadanos y también periodistas -- un anhelo y propósito de entendimiento y concordia, bien distinto al frentismo que comenzó a impulsar Rodríguez Zapatero y luego su aventajado discípulo Pedro Sánchez ha seguido fomentando, haciendo gala de un victimismo que, como poco, tiene tanto de interesado como de indecente.

Ese comentario se lo envié a Fernando Martínez Castellano. No me respondió, pero el pasado lunes, apenas me llegó la noticia de su muerte, pude ver que en el whatssap reflejaba en su doble check azul que alguien lo había leído. Quiero pensar que sí, que todavía él me había hecho el honor de su lectura. En cualquier caso, que sea para él como homenaje y recuerdo estas líneas y esta imagen que, por deferencia de Luis Vidal, se reproducen en este artículo. Descanse en paz el medio ontinyentí que también fue Fernando Martínez Castellano.