El anuncio de una peregrinación a Agullent con motivo del Año Santo vicentino, organizada por las parroquias de Ontinyent, me ha recordado la existencia de una ermita en nuestro término,  a la vera de la carretera a Valencia, que permanece cerrada al culto y abierta al olvido. Cierto es que años atrás, a iniciativa de La Nostra Terra, se acometieron obras de consolidación que de no haberse realizado la habrían condenado a una posible desaparición. La rehabilitación del edificio no se vio completada con la reposición de algunos elementos que parece son consustanciales a una ermita como la campana que había sido robada de su espadaña.
Ontinyent no cuenta con recuerdo alguno de la presencia del más famoso santo valenciano, pero sí que lo tuvo presente a la hora de dedicarle una calle y una partida como la del Plà de San Vicent. Que no exista constancia de la presencia de san Vicente Ferrer en nuestra ciudad no excluye la posibilidad de que sí viniese en algunos de sus peripatéticos recorridos por el Reino de Valencia. En puridad puede y debe decirse que sí estuvo en Ontinyent, puesto que en los años de la vida del santo (1350-1419) Agullent formaba parte de nuestra villa, de la que no se desgajaría hasta 1585, esto es 166 años después de la muerte en Vannes del célebre predicador y taumaturgo. 
La festividad de sant Vicent en Ontinyent antaño era motivo extraordinario de que se pudiese escuchar un sermón en valenciano. Lo predicaba don Vicent Cremades, un cura de La Safor, del que se contaba que los milicianos que lo detuvieron en tiempos de la Guerra Civil con el propósito de asesinarlo, desistieron de matarlo por ser un excelente jugador de pelota valenciana, tal como se lo demostraría a su contrincante, y al mismo tiempo vocacional verdugo, al que derrotaría en una partida que tuvo como premio salvar la vida. También en la década de los cincuenta en el frontón del Patronato de la Niñez, don Vicent demostró con asiduidad sus habilidades con la pelota.
En el primer número de la revista Almaig publiqué un artículo (y más que debiera haber publicado en las siguientes ediciones, según me reprocha y con razón José Luis García) en el que daba cuenta de un milagro, uno más de los miles atribuidos al pare Vicent, que hizo en Ontinyent. Se da cuenta del prodigio en una biografía en la que se  refiere la historia de fray Felipe Escarner, que en el año 1515 emprendió la fundación “del convento de Ontiniente, dedicado a San Juan Bautista y a san Vicente Ferrer, para que fuese casa de la congregación y rigurosa observancia”. Según parece, el proyecto topaba con múltiples problemas, y eso que en aquel momento no existía la Oficina Técnica Municipal. Pese a ello, todas las dificultades las superaba fray Felipe con notable animosidad y suma paciencia, pero no siendo bastantes las pegas que los contrarios le ponían (otras órdenes religiosas que no querían competencia) para la creación del convento, decidieron actuar y la tomaron con un compañero del venerable maestro al que expulsaron de la villa “arrastrándolo con un bocado de yerro en la boca, y echándole en un zarzal”. Tan malas artes influyeron en su ánimo de modo que decidió abandonar, pero no lejos de la villa se le apareció san Vicente, “a cuya honra se fundaba el convento, y le mandó que volviese, diciéndole juntamente para su consuelo que pasaría adelante lo comenzado, y sería gran provecho el Convento para las almas”. Añade el biógrafo vicentino que “en el sitio donde se le apareció san Vicente se ha erigido nuevamente una muy capaz y hermosa hermita con una casa para habitación del hermitaño”. Esta que cita es la ermita (sin hache, de acuerdo con la nueva ortografía castellana) a la que me refería al comienzo de estas líneas, la misma que resiste sin pompa ni culto alguno.
Peor suerte corrió el convento, que se hallaba en la actual plaza de Sant Domingo, puesto que tras la desamortización de Mendizábal y dos años después de la forzada salida de los frailes dominicos, una vez que fueran arramblados los objetos de valor que allí permanecían, una mano terrible, impía y sacrílega, prendió fuego al convento provocando su total destrucción.
Que sant Vicent nos perdone el olvido tan generalizado de Ontinyent, hasta el punto que apenas nada se ha hecho en su memoria y recuerdo ni siquiera en este año santo con motivo del 600 aniversario de su muerte. Porque sí que estuvo en Ontinyent cuando Agullent no era sino un barrio de nuestra entonces Villa real.