Tres de la tarde. 37 grados en el exterior. Mi duermevela a la hora de la siesta se ve interrumpido por el timbrazo irritante de un teléfono al que no le quito el sonido salvo cuando voy a misa o asisto a un conferencia o concierto. No es el caso. La persona que llama debe ser una de esas subcontratadas que se gana la vida, qué remedio la pobre, escuchando los exabruptos de unas gentes que están hasta los mismísimos de las ofertas que les hacen de telefonía, luz o gas. Es el momento en que me viene a la cabeza, que sigue alterada por el abrupto despertar, ideas incompatibles con el Código Penal.  
La prójima, porque de una prójima se trata, quiere ofrecer “al dueño de la vivienda”, según asegura, una oferta irrechazable de la empresa Robafone, o algo así creo entender. Le digo que el dueño está ausente, que siento no poder aceptar su oferta por muy fabulosa que sea. Ella insiste: “¿Y cuándo podría conectarme con el dueño de la casa?”. Como no tengo ganas de discutir con ella, ni de enfadarme, ni de soltar un grosería, opto por decirle que ignoro cuándo regresará el dueño de la casa porque hace sólo tres meses que está en la cárcel  de Picassent y tiene para seis añ….pit, pit, pit…  se acabó la charla.
Cada vez que se repite una llamada de ese jaez me acuerdo de la oficina, despacho, departamento, o  lo que sea eso, esa o ese que dice dedicarse a la Protección de Datos.  Mi teléfono, por lo que me llaman,  debe estar a disposición de cualquier empresa de marketing telefónico contratada por cualquier empresa de telefonía. Y no tengo más remedio que escuchar ofertas y más ofertas a la hora de la siesta por mi torpeza al no silenciar el teléfono móvil. Pero si lo apago, estoy perdiendo durante un tiempo mi derecho a que un familiar y/o amigos pueda ponerse en contacto conmigo, sin que se vean sorprendidos por la metálica voz de que invita a dejar un mensaje en el buzón de voz.
Ahora, como si de una gran concesión a la ciudadanía se tratase, se anuncia por parte de un portavoz gubernamental, que estarán prohibidas las llamadas a horas intempestivas por parte de las compañías que hacen llamadas a horas intempestivas… que por si no lo sabe el gobierno son las veinticuatro de cada día. Doble contra sencillo que los  explotados  empleados y empleadas explotadas que se ganan la vida haciendo marketing telefónico, seguirán llamando, es decir, importunando, cuando las cigarras –que cada vez hay menos o que ellas sí que respetan la siesta—dan cuenta de la intensidad de los calores caniculares puesto que de ser cierta la creencia popular que cuanto más sube el termómetro más fuerte estridulan.
En relación con los derechos de protección de datos e imagen llama la atención la decisión de la dirección de Mercadona de abonar una multa de dos millones y medio de euros a la Agencia Española de Protección de Datos (eso es, una agencia….), para verse libre de los incordios que podría suponerle el haber instalado, contando para ello con la pertinente autorización judicial, en medio centenar de las más de mil seiscientas tiendas con que cuenta la compañía en España y Portugal, un pionero sistema permite detectar la presencia de individuos con una orden que les impide acceder a sus establecimientos. El sofisticado mecanismo no guarda las imágenes más allá de cinco segundo y las borra sin dejar rastro alguno. Pues ni por esas. Los de la Agencia se han dedicado a marear y la empresa presidida por Juan Roig ha decidido no dejarse marear, dar por finalizado el procedimiento abierto y pagar la sanción propuesta.
Cuánta exquisitez la de los agentes protectores de datos para unas cosas mientras que para otras…perdón, me está entrando otra llamada que tiene pinta de ser de otra compañía. Voy a tener que repetirle lo de la cárcel…
Ah, que no se me olvide. Disfrutad del agosto todo lo que podáis. Con mesura, mascarilla y protector solar.