Llevamos ya unas cuantas elecciones generales, municipales, autonómica y europeas desde las primeras democráticas celebradas en aquel, cada vez más lejano, 15 de junio de 1977, en que nos estrenamos.  A  las que siguieron las convocatorias de 1979, 1982, 1986… hasta las próximas que, salvo improbable adelanto, tendrán lugar el 3 de diciembre. 
En todos los procesos electorales, de acuerdo con la normativa vigente, la votación libre y secreta de los ciudadanos mayores de edad y censados, se lleva a cabo en los colegios electorales, constituidos en cada ocasión por ciudadanos a los que por sorteo se les encarga la misión de controlar la limpieza de la votación, así como efectuar el escrutinio de los votos depositados en las urnas. 
Hay quienes lamentan y maldicen haber recibido el aviso de que les toca formar parte de una mesa electoral, y recurren a cualquier añagaza para verse liberados de un compromiso de obligado cumplimiento. No es mi caso. Me explico. Cuando estaba en activo como periodista me hubiese gustado –también hoy, porque la curiosidad no decae con los años—  haber formado parte de una mesa para vivir desde dentro la liturgia de una elección, pero nunca me llegó la citación para ese cometido.
Este año, por motivos familiares, estaré ausente de Ontinyent el 28 de mayo, razón por la que ya he votado. Es la primera vez que lo he hecho por correo. Nada que ver con  el  ritual de  acudir al colegio electoral que te corresponde. Y más si hay animación y formas parte junto con otros votantes  de una cola, llevando como si de una ofrenda se tratase tus papeletas ya ensobradas para dejarlas en la urna/altar de la democracia.
La espera es propicia para poder comentar algún hecho o noticia reciente, que tanto puede estar relacionado con el momento político como que no.  Tal vez, has sido tú mismo quien ha cuchicheado qué partido parece que está siendo más votado a la vista de la disminución del número de papeletas de este o aquel partido. Ese es un escrutinio visual que puede ser de lo más engañoso y falso del todo. 
Porque, del mismo modo que hay militantes que entienden que su pertenencia a un partido les lleva al disparate antidemocrático y tontorrón de arrancar los carteles de los demás adversarios, también los hay cual Tezanos con las encuestas, que retiran de la cabina un fajo de papeletas de su propio partido para hacer creer a los que vienen después qué partido es el que va por delante.
Este 28 de mayo tiene que volver a ser un día propicio para el ejercicio democrático de elegir tanto la corporación municipal que queremos como quien consideramos mejor para presidir el Consell. Frente la apatía y descreimiento de quienes dicen que no vale la pena votar “porque todos son iguales”, yo les digo que no caigan en el error de no acudir a votar.
En cada convocatoria electoral en la que además de votar he publicado un artículo animando a la participación,  he intercalado y repetido una frase que escuché a un veterano periodista víspera de las elecciones del 15 de junio del 77, las que ganaría la UCD de Adolfo Suárez, de tan grato recuerdo: “Los malos gobiernos los eligen los que no votan”.  Comentario que oí como atribuido  a Churchill. Otros dicen que es de George Jean Nathan dramaturgo y escritor norteamericano: “Los malos gobiernos son elegidos por buenos ciudadanos que no votan”. Pues eso, sea de uno y otro, hay que votar y que nunca y nadie nos impida hacerlo en libertad.