La pasada semana la ministra portavoz, María Jesús Montero, anunció la decisión del Gobierno de cambiar la denominación de la estación de Chamartín por la de Chamartín-Clara Campoamor. Con esta iniciativa el Gobierno, en palabras de la ministra,  «pretende reconocer el impulso que lideró Clara Campoamor en la lucha por las libertades y el sufragio femenino». Evidentemente, la ministra portavoz no mencionó que el parlamento aprobó el sufragio femenino pese a la oposición de los partidos de izquierda. Singularmente destacables fueron las intervenciones en contra de la propuesta de Clara Campoamor de las otras dos únicas mujeres diputadas en aquellas cortes, Victoria Kent, por el Partido Republicano Radical Socialista, y Margarita Nelken, del PSOE, el partido de la señora Montero. Item más, al finalizar la sesión en la que se aprobó el voto femenino Indalecio Prieto, otro conmilitón de la ministra Montero, calificó la votación como una «puñalada trapera a la República». El lector interesado en confirmar estos sabrosos detalles puede leer la obra escrita por Campoamor en 1935 El voto femenino y yo: mi pecado mortal. 
No obstante, parece comprensible que este PSOE de diseño que nos gobierna pase por alto estos detalles, a fin de cuentas «peor es meneallo, amigo Sancho» como le dijo don Quijote a su escudero cuando este, de puro miedo, se lo hizo encima y trataba de disimular el mal olor moviéndose de un lado a otro (I parte, cap. XX). Lo que no es aceptable es la calumniosa insinuación de la ministra Montero de que Clara Campoamor se exilió a finales del verano de 1936 para huir del terror de los alzados. Muy al contrario, Clara Campoamor decidió poner tierra por medio ante la carnicería que estaban desatando los conmilitones de doña María Jesús Montero tras la desastrosa decisión del Gobierno de la República de distribuir armas entre los civiles. Desde su exilio en Suiza Clara Campoamor publicó La révolution espagnole vue par une républicaine, en la que entre otras cosas describe el horror de las sacas y las checas como «una “justicia popular” ciega y cargada de odio, obedeciendo a resentimientos de clase o a los partidos en lugar de defender la República. He aquí la situación creada por el hecho de armar al pueblo».
Uno no sabe si atribuir las calumniosas insinuaciones de María Jesús Montero a su enciclopédica ignorancia o a la profunda maldad que destila ese rencor sembrado por Zetapé y su mal llamada ley de memoria histórica. Probablemente, ambas explicaciones son válidas. Lo cierto es que estamos asistiendo desde 2004 a un proceso de manipulación similar al del Ministerio de la Verdad fabulado por George Orwell en la distópica 1984. Entre unos medios de comunicación de masas, especialmente las televisiones, en manos de quiénes están y un sistema educativo que desde hace tres décadas cretiniza y biberoniza a la población, la manipulación y las mentiras nos arrastran en un bucle horrendo a una situación similar a la descrita por Clara Campoamor en su obra La revolución española vista por una republicana. Que nos pille confesados.