Tenía escritas palabras más que suficientes para llenar este espacio. Hablaba de mis vivencias periodísticas en la tarde, noche y madrugada del 23 y 24 de febrero de 1981, cuando el general Milans del Bosch en Valencia, y el teniente coronel Antonio Tejero en Madrid, trataron de subvertir el orden constitucional del que ya gozábamos los españoles gracias a una impecable y modélica transición, pero me pareció que de hacerlo estaría recordando las batallas que nos tocó vivir en tan aciago momento.
Y que, de no hacerlo, estaría poniéndome al mismo nivel de desgraciado desagradecimiento que los diputados de las fuerzas separatistas y de extrema izquierda, los que decidieron no acudir al acto institucional celebrado en el Congreso de los Diputados. Entre los ausentes, cómo no, el único diputado de Compromís, Joan Baldoví que, visto lo visto, se volvió a alinear con lo más estrafalario y borde de la cámara baja.
En lo único que tiene razón Baldoví es en poner de manifiesto lo que considera incongruencia, que siga siendo secreto oficial el sumario instruido para juzgar a los que se consideró instigadores y cabecillas del golpe de Estado y que sufrieron duras condenas de cárcel así como la pérdida de su condición de militares y guardias civiles.
Muchas cosas sí se saben. Que no se sentaron en el banquillo de los acusados todos los que participaron y/o apoyaron el golpe de Milans/Tejero/Armada es cosa sabida. Que hubo quienes pusieron cabeza abajo la consigna  de “el honor es la principal divisa de la Guardia Civil”, es del todo cierto. Que hubo dirigentes nacionalistas vascos y catalanes que se las piraron a Francia tan pronto como vieron las imágenes del asalto al congreso de los Diputados, fue un secreto a voces. Que hubo más civiles implicados a los que la Justicia no pudo sentarlos ante el tribunal, también.
Por mucho que algunos mentecatos pretendan reescribir la historia tratando de negarle al rey don Juan Carlos I el papel decisivo y fundamental desempeñado en la peor crisis institucional desde el final de la Guerra Civil, su empeño no pasa de ser un pretencioso acto de propaganda anti monárquica. Quien consiguió parar y desbaratar la asonada fue el Rey, que sólo por eso merecería el eterno agradecimiento de la inmensa mayoría del pueblo español. Los nubarrones que las torpezas de algunas de sus actuaciones que han supuesto un desdoro para la persona y la institución, que los ha habido, deberían disiparse o condonarse si se pusiesen sus pros y contras en cada platillo de una balanza que le hiciese justicia. 
El Rey, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, hizo saber a Milans del Bosch, como principal cabecilla de la asonada, y a todos los capitanes generales, que no estaba, ni autorizaba, ni consentía, ni mucho menos alentaba, la pretensión de subvertir el orden constitucional, ordenándole la retirada de los carros que había situado estratégicamente en muchos puntos de Valencia.
Los conspiranoicos, que los hubo y los sigue habiendo, podrán seguir haciendo de las suyas y elucubrando cuanto les pete, pero los acontecimientos que vivimos y nos acongojaron terriblemente al lado del teletipo y que algunos hemos tenido ocasión e interés de estudiarlos y analizarlos con detalle,  nos reafirman en la idea de que el papel de don Juan Carlos I fue determinante para frenar el golpe y ese debe ser su principal, más destacada y favorable anotación en su balance como Rey de España. 
El Rey mandó callar a Milans, Tejero y compañía el 23 de febrero de 1981. Y los españoles de bien se le agradecimos.
El Rey reprendió a Hugo Chaves en la XVII Cumbre Hispano Americana, que no hacía sino interrumpir la intervención del presidente Rodríguez Zapatero, con su conocido “por qué no te callas”. Y eso los de Podemos no se lo han perdonado nunca.