Los más jóvenes que lean lo que en esta edición de LOCLAR se cuenta de la incorporación y presencia de la mujer en nuestras fiestas, les parecerá asunto no del pasado siglo XX sino del anterior. ¿Que la mujer no podía desfilar en las Fiestas de Moros y Cristianos de Ontinyent? ¿De verdad? Son preguntas que se harán desde la sorpresa y la incredulidad. 
Ahora nos parece de lo más normal su presencia. Y, sin embargo…. Corramos un tupido y espeso velo, y subamos el volumen de la música, para tapar los gestos y  no tener que escuchar las manifestaciones de quienes –prepotencia, no; lo siguiente—declararon con voz engolada que “antes pasarán por encima de mi cadáver que la mujer pueda salir a  fiestas”. Amnesia histórica de más de uno que ahora niega haber dicho, con el añadido de un punto de histeria, algo parecido.   
La producción titulada Las Valquirias que nos recuerda cómo se gestó la incorporación de la mujer en nuestras fiestas, es una excelente y lúcida demostración del empeño de las jóvenes que no se arredraron frente negativas, menosprecios, desplantes y faltas de respeto, chivatazos, que de todo hubo. Frente todo eso, que no era sino una prueba concluyente del machismo rampante, el tesón y la perseverancia de las pioneras como armas cargadas de futuro. 
Es de justicia dejar constancia que, a modo de conjunción astral, el decidida denuedo de las jóvenes paisanas encontró complicidad en la persona del que era presidente de las Fiestas, el recordado Emilio Reig, un hombre cabal e intuitivo, que como el zahorí sabe por dónde corre el agua escondida, adivinó y supo ver con sagacidad que ningún sentido tenía el empecinamiento de quienes decían que no, sin ofrecer argumento alguno ni razón que lo justificase. 
Fruto también de usos vistos, vividos y heredados en sus ambientes familiares y sociales, de trasnochadas maneras que justificaban la prevalencia del varón, muchas mujeres de anteayer veían con malos ojos que ellas, más allá de cuando dejaban de ser niñas, pudieran continuar vistiendo el traje de festero. 
Estas Valquirias demostraron que el gen emprendedor que a lo largo de generaciones han manifestado nuestros mayores, y del que en tantas ocasiones nos hemos ufanado, también era cosa de ellas y lo habían heredado. Y que una vez activado no habría manera de pararlo, tal como la producción audiovisual que da cuenta de su historia, se ha encargado de expresarlo con agradecida e instructiva pedagogía.