El ex presidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont i Casamajó, decidió hacer un simpa y se fue a Bruselas sin decir ni mu a los de su propio partido, el PdeCat que se hallaba reunido en junta directiva. Era cosa de ver la cara de sorpresa y pasmo que se le quedó a la mayoría de los ex convergentes, cuando conocieron vía whatsapp la tocata y fuga de su líder. Pero, los nacionalistas en general, y muy en particular los catalanes, son muy dados a hacer de la necesidad virtud. Y así, lo que no era más que una burda y cobarde huida de quien hasta unas horas antes era su presidente, se convirtió, gracias a su peculiar capacidad de  manipulación y enredo, en un inteligente exilio con el fin de dar a conocer urbi et orbe el problema catalán y así conseguir la internacionalización del procés.
 Lo más curioso del caso (merecedor de un serio estudio psiquiátrico y político) es que son miles los catalanes separatistas los que se han tragado la patraña de las falsas razones de su huida, y ven a Puigdemont como máximo líder y exiliado a la fuerza, lo que supone su entronización en el espectral martirologio catalán, en el que figuran elementos de truculenta biografía como el propio Lluís Companys. He ahí una prueba más de la manipulación mediática que se da en Cataluña, la misma que hace posible la reconversión de un acollonado dirigente que sale por patas y deja a más de la mitad de los miembros de su gobierno con el culo al aire, en el clarividente president de la fantasmal república catalana, sin que se tengan en cuenta sus chuscas maneras de huir, como la de cambiar de coche debajo de un puente en su marcha a Marsella, con el fin de despistar a quienes tenían la obligación de vigilar sus movimientos.
Una vez exiliado en Bruselas, el molt ex president de la Generalitat catalana nos sorprende con una estrafalaria rueda de prensa, realizada en un club privado, dado que no tuvo manera de poder acceder la sala de un organismo comunitario por más que lo intentó. Y aún nos sorprendería todavía más el molt covard cuando  anunció que el idioma elegido para llevar a cabo su comparecencia ante la justicia belga no sería el catalán sino el neerlandés. 
Manda huevos. Tantos años, y sobre todo, tantos millones de euros gastados en la promoción del catalán en las propias embajadas ya clausuradas (otra muestra más de las muchas renuncias que el Estado ha hecho de su soberanía en las últimas décadas para no incomodar al nacionalismo catalán) para que en el momento solemne de una declaración, por más que tenga que hacerse en sede judicial, el ex president renuncie al idioma propio: “En neerlandés, si us plau” vino a decirle al funcionario que le preguntó por el idioma en el que quería explicarse. Declarar en neerlandés es la ventajista manera que cree tener Puigdemont de conseguir que el juez, ante el que tiene que comparecer el próximo día 17, sea flamenco y que por ésta razón pueda simpatizar –como lo hacen no pocos de ellos— con la causa separatista catalana.
Qué gran ocasión ha dejado pasar Puigdemont ante toda Europa –¡qué digo Europa, ante el mundo entero!– para reivindicar la importancia, ventaja, interés, rendimiento y renta que supone hablar la lengua catalana; para demostrar la utilidad y provecho de la inmersión lingüística puesta en práctica durante estos años en Cataluña, incluso con calzador si era necesario, pero que no parece haber logrado su gran y verdadero propósito, el de arrumbar la lengua española, en la que, por cierto, se manifiesta Messi cada vez que dice algo fuera del campo.