ROSANA FERRERO
Hay frases que se consideran célebres que atentan sin pudor sobre la integridad, la morfología, condición sexual o genética de las mujeres. Célebres no las entiendo por inteligentes, sino más bien por jocosas o satíricas que surgen directamente de algún tipo de rencor. Se me ha ocurrido mentar alguna de ellas para intentar encontrarles explicación, que no se la encuentro, pero por hacer una reflexión en conjunto.
Dijo Santo Tomás de Aquino que, como individuo, la mujer es un ser endeble y defectuoso. Por suerte, esta frase tan desafortunada data del siglo 13, pero ahí tenemos a algún gallifante polaco de chaqueta y estrado que juraría lo mismo a pies juntillas. Han pasado 800 años y seguimos en el punto de mira de muchos. ¿El problema es de la mujer o de este hombre por no haber evolucionado? 
Sigmund Freud afirmaba que tras estar más de 30 años estudiando el alma femenina, se seguía preguntando qué es lo que queremos. Madres del mundo ¿por qué no hicisteis un manual de instrucciones con cada niña que traíais al mundo? Las teorías de Freud serían mucho más brillantes ahora porque parece que hemos atormentado su entendimiento durante tres décadas. 
Pero si hay uno que realmente merece la medalla al honor cerebral, ese es Napoleón Bonaparte. El que fuera un notable estratega decía que las mujeres son simples máquinas de hacer hijos y que las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo. Hay que ver lo paradójico de la mente humana, tan preparado para invadir y tan torpe y vacío para la empatía, la humildad, el entendimiento y la humanidad. Si tenía una úlcera, seguramente se la provocó él mismo por un exceso de egolatría.
Me he ido a buscar personajes lejos en la historia para evidenciar que este hecho es algo que arrastramos desde los ancestros y que no hay evolución que pueda vencerla. Que, aunque hayamos dado muchos pasos adelante, siempre habrá una ribera que luce los más tristes reproches basados en meras convicciones sexistas.
Si miramos un par de generaciones atrás, si observamos a nuestras madres y a nuestras abuelas, encontraremos esa gruesa línea que divide nuestra propia forma de vida de la de todas ellas, por Ideología, posición social, papel jerárquico o simplemente costumbre. Eran educadas de otra manera distinta, puestas al servicio del bienestar familiar en lo que a lo doméstico se refiere. Y no era malo. Era lo que aprendieron que debían hacer.
Hoy las mujeres somos de otra pasta y maduramos en un entorno mucho más diverso, empujadas al trabajo dentro y fuera de casa para llegar a final de mes. Y aquí nos topamos de frente con la conciliación laboral y familiar, con la desigualdad de sueldo en los mismos puestos de trabajo, con la discriminación para según qué funciones aun existiendo la misma capacidad de desempeño o, en los casos más extremos, las exigencias de vestuario, maquillaje y calzado.
Podría considerar la violencia de género como un gesto de impotencia ante el avance social de las mujeres, un feto de rabia traumática que nace en cada bofetada, que crece con cada magulladura, que brilla con cada insulto; un vómito de degradación personal que apesta en cada puñalada, en cada tiro. 
Nunca habrá igualdad mientras tengamos que celebrar que somos mujeres, cuando lo realmente hermoso sería celebrar que no tenemos nada que celebrar por ser quienes somos.