Por extraño que pueda parecernos, la pasada medianoche comenzó la campaña de las Elecciones Generales. Nadie lo diría, después de meses de continuo bombardeo propagandístico como hemos visto por parte de los candidatos; sus equipos de asesores; sus mecanismos publicitarios; sus cómplices medios de comunicación, sobre todo algunos canales de televisión que se desviven por la izquierda, con TVE a la cabeza de todos ellos. La única diferencia entre lo que se decía ayer y lo que ya se puede decir hoy, es que los candidatos ya pueden pedir el voto, algo que les estaba vedado por ley. Salvo el “vota a…” ¿qué diferencias se pueden encontrar entre ayer, anteayer y mañana? Me parece que ninguna.
La campaña, si acaso, una vez venidos a menos los mítines antaño concurridos, debería ser el tiempo de los debates en televisión, a celebrar entre los principales candidatos, con el fin de que los votantes sepamos qué piensan y, sobre todo, qué pretenden y con qué recursos quieren llevar a cabo sus propuestas, para así poder decidir el sentido de nuestro voto. Una razón de peso a favor de que se debata ante las cámaras de televisión, la encontramos en ese porcentaje de indecisos, superior al cuarenta y uno por ciento, que dio a conocer el macro sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas, el tan famoso como denostado CIS, hecho público el pasado martes. Tanta indecisión, fruto de la duda que atenaza a muchos votantes,  justificaría por sí mismo la imperiosa necesidad, más que eso, obligatoriedad de debatir ante las cámaras de televisión.
Sabíamos que el candidato Pedro Sánchez no quería un cara a cara con Pablo Casado, porque eso le supondría otorgar al presidente del PP el papel de líder de la oposición. Tampoco quería arriesgarse a que el popular le pudiese  ganar la contienda dialéctica porque armas tiene para conseguirlo. Lástima, porque hubiese sido un duelo con un buen share televisivo. A mediodía de ayer se hacía pública la aceptación por parte de Pedro Sánchez de un debate a cinco. Con Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal. ¿Qué ha sido lo que ha llevado al presidente del Gobierno y su equipo de sabuesos monclovitas, con Iván Redondo a la cabeza,  a reconsiderar su  hasta ahora empecinada negativa? Que ha analizado junto con su numeroso y costoso consejo de asesores  que eran más los riesgos que corría si se obstinaba a no participar en, por lo menos, un debate. En contra de Sánchez estaba también la memoria guardada en las hemerotecas, que contienen repetidas  declaraciones suyas, efectuadas en todas las anteriores campañas electorales, en las que exigía la celebración de debates como ineludible mecanismo democrático. Pero, considero que hay un dato determinante sobre cualquier otro de los ya anotados: Que no debe ser tan grande ni consistente la ventaja que el CIS de Tezanos  pronostica del triunfo sanchista y del bloque de la izquierda. De ser cierta, el doctor candidato no hubiese dado su brazo a torcer. Pedro Sánchez, que venía manifestado en las pasadas semanas  propensión a hablar preferentemente por medio del plasma –es posible que  también haya cambiado la pantalla como hizo con el colchón—  ha acabado por convencerse de que una vez metido en campaña será necesario  y conveniente un mayor contacto – contacto directo— con los periodistas por desagradable y enojoso que ahora le resulte. 
A regañadientes, Pedro Sánchez debatirá. Y no lo hará en Televisión Española, como debiera ser si ésta cumpliese  su papel y responsabilidad de medio de comunicación de titularidad estatal. No, ha sido Antena 3/la Sexta la que se ha adelantado, dejando a doña Rosa María Mateo con el antifonario al aire. Que luego no se extrañe la señora administradora única del ente si hay voces que reclaman su privatización, cuando no el cierre, de la costosísima e inoperante Televisión Española, que ha vuelto a demostrar  no ser capaz, siquiera, de llevar la iniciativa en la celebración de un gran debate electoral. El 23 de marzo será el día del único debate televisivo en el que Pedro Sánchez se las verá con Casado, Iglesias, Rivera y Abascal. Esperemos que no ocurra como en el mundo de los toros y el dicho “corrida de expectación, corrida de decepción”.