Un refrán de los que aparecen publicados a vuelta de hoja en LOCLAR, nos recordaba hace quince días que “mai ha passat el febrer sense vestir l’ametler”. Y así ha sido, un año más, con la oscilante puntualidad con que la meteorología afecta a los árboles, incitándoles a florecer más pronto con engañosos calores prematuros, aletargando el momento hasta que ceden los más duros fríos. Pero siempre será dentro del mes más corto del año cuando se repita una vez más el milagro floral y coral. 

Estamos ya en la segunda mitad de febrero y nuestros árboles, con la prontitud con que cada músico atiende al director de la orquesta que golpea con su batuta el atril reclamando su atención, han florecido acompasada, rítmica, armoniosamente, llenando el paisaje de nuestros campos de las intensas y extensas pinceladas del suave morado con que se nos regala la vista. Un lila que ofrece todas las tonalidades imaginables. Un rosa que en cualquiera de sus intensidades podría enseñorearse del más completo pantone. Otros almendros, los menos, se han vestido de un blanco inmaculado contribuyendo así al enriquecimiento de la gran paleta campestre.

Pasear estos días por los caminos de nuestro término se convierte en la mejor oportunidad de vernos regalados con el obsequio más multicolor que puede ofrecernos la madre naturaleza. Una naturaleza que, generosa y nada rencorosa, es capaz de devolver la ingratitud con que la tratamos con estos preciosos cuadros, cuya fecha de caducidad, eso sí, no aconseja demoras en su contemplación.

Ahora pues, es el momento idóneo de deleitarnos con vistas y paisajes que consideraríamos maravillosos, exóticos, fantásticos, si nos viésemos obligados a viajar cientos o miles de kilómetros para verlos y extasiarnos en su contemplación y que, sin embargo, tenemos al alcance de nuestras miradas sin necesidad de hacer poco más que un pequeño paseo.  Si todavía no lo ha hecho, el recorrer cualquiera de los caminos del diseminado, acepte la invitación más que el consejo que me permito sugerirle. Hágalo cuanto antes, aprovechando los días irrepetibles de la eclosión del color. La flor del almendro es corta en el tiempo, intensa en tonalidades, abundante sobre las más retorcidas ramas. Aquí, podremos ver un ejemplar señorial y aislado a la vereda del camino. Más allá, otros que forman parte de una fila ordenada con ejemplares de parecido volumen e idéntica fecha de plantación. Acullá, los hay que pugnan por enarbolar sus colores cual bandera tremolante entre los renovados verdes de olivos y algarrobos.  No faltarán los que, abandonados por sus dueños o herederos, se harán notar reclamando atención. Nuestros almendros en flor bien podrían resistir la comparación con los cerezos que dentro de unas semanas se convertirán en reclamo turístico para el Japón, o más cerca en el extremeño valle del Jerte.

Aquí y ahora mismo tenemos al muy mediterráneo almendro engalanado. Luce su hermosura al tibio, pero también inconstante y a veces ingrato, sol de febrero. Y, con la misma puntualidad con que se ennovia, hemos visto aparecer las laboriosas abejas que con su esforzado y constante trabajo no sólo libarán los jugos que acabarán siendo miel, sino que harán posible con su aleteo la fecunda polinización que hará posible la dulce almendra. Permítame el lector que insista y le inste a que aproveche el momento. Recorrí estos pasados días los caminos que serpentean la loma de Santa Ana, el camí dels Presos, el de la Pólvora, y el espectáculo que la divina providencia regalaba a los sentidos me pareció tan intenso y cautivador que me sentí concernido a reflejar esas enriquecedoras vivencias en estas líneas. Vana y atrevida reconozco que es mi propuesta, pero al menos quede aquí el intento de que recree su mirada ante los árboles en flor. Y que, ojalá, pueda ser así por muchos años. Señal de que nuestros almendros no se han visto afectados, como sí lo están muchos otros de poblaciones de la Marina que han sucumbido ante la muy cabrona xylella fastidiosa que, para combatirla, obliga a arrancarlos y destruirlos en el mismo bancal en el que han crecido.