Si el actual presidente del Gobierno de España es capaz de meter una morcilla en el  mismísimo Boletín Oficial del Estado, para denostar al ahora principal partido de la oposición, quiere decirse que el autor de la fechoría está dispuesto a todo. Y todo es todo. Pedro Sánchez, tan dado al plagio doctoral o a cualquier otra imitación perversa, tomó ejemplo del magistrado José Ricardo de Prada, que se la metió doblada y con arena a Mariano Rajoy en una sentencia que fue usada como excusa y pretexto de la moción de censura que le tumbó y encumbró al doctor Sánchez. Lo del BOE no se queda atrás en cuanto a perfidia se refiere respecto a lo hecho por el inmoral juez.
A la altura, qué digo, muy por encima de estas iniquidades, está el individuo más siniestro que ha irrumpido en la política española en la última década. Por si alguno alberga alguna duda de quién puede ser, porque puestos a elegir entre infames tendría varias posibilidades a cual de ellas más canalla, diré que se trata de Pablo Iglesias Turrión, nefasto y atrabiliario personaje cuyas mentiras e incoherencias son tantas que resulta increíble que todavía existan en nuestro país gentes que puedan concederle algún crédito. Y, lo que es peor, terminar votándole como parece que todavía los hay dispuestos a hacerlo en las elecciones madrileñas del próximo martes.
 El hombre que se vanagloriaba de vivir en Vallecas, no como aquellos que lo hacían en urbanizaciones rodeados de altos muros que les impedían conocer la realidad de la calle, y que ha terminado instalado en un chaletazo que no tiene nada que envidiar a la  Villa Meona de Isabel Preysler y sus tropecientos inodoros. Casoplón el suyo, el de Galapagar, que custodian muchos más guardias civiles que los destinados al cuartel de Ontinyent. Y con niñera convertida por el peculiar sentido de la igualdad de su compañera la ministra Irene, Irena, Ireno Montero, Montere, Montera, en personal de confianza del Ministerio a la que se vio encumbrada, sin duda, por sus grandes dotes, méritos y, sobre todo, por su currículum de cajera.
El envío de unos sobres con varias balas y amenazas de muerte, que sospechosamente pasaron los controles de seguridad del servicio de Correos, y en otros casos los del Ministerio de Interior y de la Dirección General de la Guardia Civil, ha sido la excusa demagógicamente aprovechada por el mayor embaucador español del siglo XXI, para tratar de hacerse notar en una campaña electoral cuyos pronósticos –ojalá se cumplan más a la baja—le sitúan como el menos votado. De momento los pronósticos demoscópicos ya otorgan la peor calificación de entre los seis candidatos matritenses.
Se mire por donde se mire, Pablo Iglesias no habría llegado a más ni una vicepresidencia de un Gobierno de España de no haber sido por la estúpida complicidad de Pedro Sánchez, otro mendaz que pasó de asegurarnos que ni él ni el ochenta y cinco por ciento de los españoles podríamos conciliar el sueño con Pablo Iglesias en el Gobierno, para a renglón seguido hacerle vicepresidente.  Y con el añadido de tener que meter también a su pareja como ministro, un caso de nepotismo más propio de la Rumania comunista de los Ceaucescu o de la dictadura de los Ortega en Nicaragua. “¿Dónde estaría España y dónde la izquierda?” preguntaba a su auditorio Pedro Sánchez. La respuesta está clara: A donde nos lleva la incoherencia, incapacidad, descaro y desvergüenza de quien tanto se afana por perpetuarse en el poder aliándose con lo peor de cada casa y hacer irreconocible del todo a aquel Partido Socialista de Felipe González al que la izquierda sensata echa de menos.