En el edificio de la Plaça Major de Ontinyent sobre el porche en el que se ubicaban dos de los bares con más historia de nuestra ciudad, el Ideal y Casa Rejol, se colocó en los años cuarenta una lápida. Su texto recuerda el sangriento suceso que sufrieron quienes allí vivían, las hermanas Valls Espí, que en septiembre de 1936 fueron detenidas por milicianos del Frente Popular y asesinadas en el antiguo puerto de Canals de un tiro en la nuca. El texto que da cuenta del suceso ya apenas si se puede distinguir. Al deterioro de sus erosionadas letras sobre un mármol gris se añade el que meses atrás se partiese en dos mitades.

Esa lápida rota puede terminar convertida en metáfora de la memoria histórica, esa misma con la que comenzando por José Luis Rodríguez Zapatero, y Pedro Sánchez que lo ha secundado, se pretende forzar un relato distinto que puede modificar y perturbar  y el rigor de la verdad de unos hechos, si es que no lo ha hecho ya. 

Pertenezco a una generación que, sin haber vivido la Guerra Civil en primera persona, se ha interesado en conocer los hechos, estudiarlos y tratar de analizar las causas para que fuese posible tan fratricida contienda con tantas muerte en los frentes; tanta vesania en la persecución religiosa y crímenes en las retaguardias; tanta represión mortal y carcelaria tras su final. 

Una persona amiga, nacida en Ontinyent, me habló de una serie de documentos sobre la Guerra Civil que tenía en su poder. Y que si fuesen de mi interés me los facilitaría son sumo gusto. Semanas atrás me entregó una carpeta con esos documentos. Durante toda una tarde tuve ocasión de repasar con ella uno tras otro todos los escritos. Cualquiera de ellos resulta de interés y pone delante de nuestros ojos historias que refieren datos o hechos hasta ahora intuidos o conocidos por el relato verbal de nuestros mayores.

Se trata de actas sobre incautaciones de varias empresas de Ontinyent, algunas ya  publicadas y otras inéditas. Listados de las aportaciones que dirigentes del Frente Popular exigían a industriales, propietarios de fincas y profesionales liberales para pagar jornales a trabajadores del campo. Crónicas de asambleas populares en las que se ponía de manifiesto las contradicciones entre jefes y mandos, sobre si hacer la revolución al mismo tiempo que se estaba en medio de una guerra, o aplazarla hasta su final.
El cómo habían llegado hasta nuestros días esos documentos será necesario seguir averiguándolo, aunque sea ya como mera curiosidad. Una hipótesis de peso indica que bien pudo darse el caso de que, una vez terminada la guerra, algún dirigente o miliciano del Frente Popular los dejase abandonados en alguna de las viviendas, locales o empresas de las que se incautaron en tan revolucionario momento. En este caso, quien se los encontró evitó que se destruyesen, como ocurrió con otros muchos testimonios que recordasen tan infausta época de nuestra historia.

Por el testimonio de mi amiga, supe que fue su madre conservaba escondida la carpeta que guardaban los documentos. Que nunca dejó que nadie, ni siquiera sus familiares directos, humeasen en ellos y mejor si desconocían que ella los tenía en su poder. Aquella mujer había sufrido en su persona, y también miembros de su familia, las amenazas  de fuerzas anarquistas, con el pánico cerval que ello les supuso a medida que se conocía el incremento de asesinatos en Ontinyent.  Muchos años después de terminada la guerra, los documentos seguían siendo para aquella señora que los tenía en su poder algo perturbador. Los miedos que la guerra le había inoculado permanecieron en su ánimo durante mucho tiempo, casi hasta anteayer.

Quienes pensábamos que las heridas de la Guerra Civil (1936-1939) habían cicatrizado de modo definitivo, gracias al generoso esfuerzo de mutua reconciliación manifestada por los dirigentes de las fuerzas enfrentadas en tan fratricida contienda, estábamos equivocados caso de fiarnos de lo que dictamina y determina la memoria histórica propiciada por el gobierno de Rodríguez Zapatero, corregida y aumentada por el de Pedro Sánchez.

Según esa malhadada ley, la disposición al entendimiento de quienes perdieron la guerra y los que les sucedieron al frente de partidos ilegalizados durante todo el franquismo, así como de aquellos que provenientes unos del Movimiento, otros de fuerzas democráticas emergentes ajenas al régimen, estaban equivocados. 

Pues no. La Transición fue un acierto y la Constitución de 1978 que aquella negoció, pacto y alumbró, un triunfo de la convivencia y democracia.  Mal que la pese y traten de menospreciarla los de Podemos, el independentismo separatista, sea catalán o vasco, y el  mismo sanchismo que se agarra a la extrema izquierda –que antes que después será un flotador de plomo—para sobrevivir unos meses más en el poder monclovita. 

Estudiar esos documentos sobre la Guerra Civil en Ontinyent, que el azar y la amistad nos ha ofrecido,  y con la edición de hoy de LOCLAR comenzamos a poner a disposición de nuestros lectores, nos permitirá conocer un poco mejor una contienda y un tiempo que debe ser estudiado sin la visceralidad con que sin disimulo legislan quienes en los últimos años quieren ganar el relato de una guerra que en buena parte los suyos provocaron (véase lo que dijo Largo Caballero y los errores de una República, que los cometió y muy graves) y perdieron.