Ayer quedó aprobada en el Congreso de los Diputados la ley de amnistía. Una aprobación que será la primera etapa de las otras que deberá superar esta nefasta ley para que el prófugo Carles Puigdemont regrese “triomfant” a España. Nunca siete votos, los de Junts, han tenido tanta capacidad de seducción, mutación, decisión, opinión, malversación y prevaricación. Nunca la historia de España vio bandazo tan brusco y desvergonzado como el dado por Pedro Sánchez para poder seguir hospedándose en La Moncloa, por caro que nos resulte a los españoles ese alojamiento.
La amnistía, al decir de Pedro Sánchez y los suyos, era mala y perversa. Así lo dijo y lo reiteró durante años, meses y semanas antes de las elecciones generales del 23 de julio. Unos comicios en los que el candidato que las perdió dio una volantazo y súbitamente, como por ensalmo, tan extraordinaria medida de gracias se convirtió de su mano en pócima mágica,  capaz de hacer presidente a quien per se no tuvo votos suficientes, pero sí consiguió los apoyos parlamentarios para ser investido. 

Nada que objetar –lo digo para que ningún sanchista me sermonee tildándome de lo que no soy— sobre  la legalidad de la elección por el Congreso de Pedro Sánchez. Pero nadie podrá aportar una sola prueba que libre a éste de sus sucesivas sartas de mentiras, tantas como ha  necesitado para alcanzar sus objetivos. Nada de pactar con Bildu, ni Podemos (y acabó con un vicepresidente podemita). Nada de amnistías para separatistas catalanes. Y lo reafirmaba asegurando la mar de campanudo que él devolvería a España al prófugo de Waterloo. Por no añadir otros giros dados al entregar el Sáhara en bandeja de plata al ambicioso y de tantas cosas enterado Mohamed VI.
Conviene recordar sus muchas mentiras –por más que el embustero haya pretendido reconvertirlas en cambios de opinión—para que no se borren de la memoria de la inmensa mayoría ciudadana, de suyo proclive a la amnesia, tantos compromisos incumplidos por Pedro Sánchez Pérez-Castejón para seguir en el cargo y para nuestra carga.

Me resulta tan sorprendente la facilidad que tiene Sánchez para mudar de criterio y opinión, según le convenga, como su capacidad de persuasión a una militancia que, salvo muy honrosas y escasas excepciones, se manifiesta bobaliconamente a favor de la amnistía llegando a ponderar, siguiendo al dedillo la propaganda sanchista, los efectos taumatúrgicos que tendrá para la convivencia en Cataluña.

Unos prodigiosos efectos que sólo ve Sánchez en su obnubilación, porque bien que le han dicho los chantajistas que la ley de amnistía es el pago por su investidura como presidente. Que su apoyo a los presupuestos del Estado queda condicionado a la agenda separatista, que tiene subrayado en rojo el siguiente capítulo: la publicación de las balanzas fiscales, exigencia a la que seguirá la puesta en marcha del proceso de autodeterminación, para culminar con el referéndum por la independencia.
Nada de esas exigencias inmediatas de los separatistas –a las que se sumarán las de los vascos -- parece preocuparle a Sánchez, que las soslaya o ignora dándolas por no escuchadas. Todo sea por sacar adelante los presupuestos, lo que le permitirá  prolongar su condición de inquilino y seguir tirando de Falcon, al mismo tiempo que su gobierno quiere impedir los vuelos dentro de la península por aquello del cambio climático. 

Reconozco a Sánchez una innata capacidad de supervivencia. Y, tanta o más, dotes de persuasión. Cuenta a su favor con todo el aparato de propaganda que le proporcionan los medios de comunicación oficiales, así como la prensa, radio y televisión del movimiento sanchista. Pero, sobre todo, lo más llamativo es el beneplácito y aquiescencia con que el votante socialista acepta el cambio de criterio de su líder, como amnistiar a unos chantajistas a los que hasta anteayer dijo que llevaría antes los tribunales. Unos chantajistas que, una a una, tacita a tacita, han ido logrando sus objetivos porque Sánchez ha aceptado todas sus exigencias, hasta el oprobioso extremo de que han sido ellos, los propios separatistas, quienes han redactado el texto legal que puede terminar otorgándoles su perdón si Europa no es capaz de impedir tan ignominioso dislate.
Un perdón que alcanzará, ya en el desiderátum del trágala, que la prole de los Pujol, familia que puede aspirar con razón sobrada al óscar europeo de la cleptomanía, quede exonerada de su ilícito y brutal enriquecimiento, logrado a base de un modesto “tres per cent”.  Con tal de seguir siendo presidente, Sánchez cederá en todo lo que haga falta. Y los separatistas encantados del chollo que les ha supuesto tener enfrente a un personaje soberbio, narcisista patológico, ególatra… Y tan ebrio de poder y ambición, que está dispuesto a todo. Y todo quiere decir todo, tal como ya se ha visto para regocijo y espurio beneficio de los separatistas, mientras Emiliano García Page pía como un gorrión, pero no pasa de ahí.