El 24 de agosto del año 410 de nuestra era Roma cayó ante los bárbaros de Alarico que la sometieron a saqueo durante tres días. Aquel desastre conmocionó al mundo conocido hasta el punto que San Jerónimo, que en aquel momento se encontraba en Tierra Santa, escribió «el mundo entero perece con una ciudad». La caída de Roma fue la consecuencia inevitable de la debilidad y cobardía de Honorio, emperador de Occidente.
A la muerte de Teodosio el imperio se dividió entre sus dos hijos, Arcadio, el mayor, en Oriente, con capital en Constantinopla, y Honorio, el menor, en Occidente. El joven Honorio, solo tenía diez años cuando accedió a la púrpura, se apoyó en la lealtad del general de origen bárbaro Estilicón, que se convirtió en el hombre fuerte del imperio, hasta el punto de que Honorio se casó con la hija de éste, María, y al enviudar, desposó a la otra hija del general, Termancia. Sin embargo las intrigas de la corte hicieron que el bravo Estilicón cayera en desgracia. Por orden del propio emperador fue apresado en Rávena y asesinado a traición el 22 de agosto del 408. A partir de ese momento Roma quedó indefensa ante la amenaza goda. Cuando las hordas de Alarico entraron en la península italiana, Honorio se refugió en Rávena, pues como relata Procopio, su único deseo era «que le permitieran vivir tranquilo en su palacio». Fue allí donde un eunuco le comunicó que Roma había caído a lo que, según Procopio, el emperador respondió: «pero si hace un momento estaba comiendo de mi mano». Honorio, entusiasta criador de gallinas, pensó que el esclavo se refería a Roma, un gallo al que el cobarde emperador profesaba especial cariño. Esta anécdota inspiró a John William Waterhouse el lienzo “Los favoritos del emperador Honorio” (1883) que ilustra este artículo.
En agosto de 2021 la caída de Kabul ha conmocionado también al mundo entero. Por ello da pavor constatar que nuestro flamante presidente del gobierno no se haya molestado en interrumpir sus vacaciones, al parecer, como Honorio, también desea vivir tranquilo en su palacete de La Mareta. Si la anécdota de Roma, el gallo, es un claro índice de la personalidad egocéntrica y cobarde de Honorio, la imagen, posteada por error, de Sánchez asistiendo a una reunión on-line entrajetado pero con alpargatas, también nos da la justa medida del personaje: la infinita doblez de quien se presenta encorbatado y trajeado como si fuera un preocupado y ocupado dirigente, pero con las cómodas zapatillas de aquel a quien solo le importa su bienestar personal. Al igual que Honorio se libró arteramente de la tutela de Estilicón, también Sánchez no ha dudado en eliminar a sus más estrechos colaboradores cuando en su endiosamiento ha creído poder prescindir de ellos. Las semejanzas entre ambos personajes servirían para añadir un nuevo libro a las Vidas Paralelas de Plutarco. 
¿Será verdad que la historia se repite como farsa? No lo sé, pero qué más da. Lo importante es que cuando este artículo vea la luz las calles de mi ciudad van a resonar con los acordes del pasodoble Valencia en Fallas. Fiesta y desenfreno, no vamos a permitir que por unos centerares de muertos se vaya a empañar el optimismo que vende el gobierno diciéndonos que hemos alcanzado la inmunidad de rebaño.
A propósito de rebaño, cuánta razón tenía Gandhi cuando dijo: «Si hay un idiota en el poder, es porque quienes le eligieron están bien representados».