El llamado Acuerdo del Botànic, firmado hace veinte meses que parecen veinte años, propició el acceso del PSPV-PSOE y Compromís al Gobierno de la Generalitat,  que asumieron responsabilidades ejecutivas mientras que el otro firmante del pacto, Podemos, se quedaba fuera pero en realidad dentro del Consell, para seguir interpretando el papel que mejor sabe hacer,  el de mosca cojonera. Uno de los aspectos más llamativos de la nueva administración autonómica, además de los repartos de cuotas tratando de introducir contrapesos entre los partidos y coaliciones pactantes,  fue la denominación de las consellerias. Títulos largos, extensos, casi kilométricos, que con su  enunciado trataban de reflejar todos los propósitos cargados de buenismo que albergaban sus consellers.
La que había sido conselleria de Justicia y Administraciones Públicas se vio ampliada con las responsabilidades que suponen las “Reformas Democráticas y Libertades Públicas”. La muy potente de Sanidad, que se lleva la mayor parte del prepuesto de la Generalitat, parecía ser poca cosa si no se le añadía a modo de complemento directo los de ser “Universal y Salud Pública”. No era menor el ringorrango nominal dedicado a la consellería que responde a “Economía Sostenible, Sectores Productivos, Comercio y Trabajo”. A la consellería de Agricultura se le añadieron  campos – y qué mejor modo de referirnos a estas áreas— tan extensos e intensos  como lo son los  referidos al “Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural. Y, ya puestos a alargar nombres de las consellerias ya existentes, o propiciar el nacimiento de nuevos departamentos, supimos de la creación de la Consellería de Transparencia, Responsabilidad Social, Participación y Cooperación. 
Al encargo de crear ex novo las denominaciones de las consellerias le faltó el toque de humor marxista –de los hermanos, por supuesto— y no se las complementó, aunque muy bien pudieron hacerlo, con el repetido “y dos huevos duros”, cantinela con la que Chico trataba de ampliar el menú que encargaba Groucho en aquel delirante episodio del camarote de la película “Una noche en la ópera”.
Vista la orografía del Consell, resulta que su presidente es el único que no añade ni apellidos ni otros títulos o responsabilidades. Bastante tiene con lo suyo. No es el caso de Mónica Oltra que suma a su condición de vicepresidenta añade la de ser consellera de Igualdad y Políticas Inclusivas, Secretaria y Portavoz del Consell. Pero, por muy novedosa que pudo parecer la acaparación de responsabilidades por parte de Oltra, fueron muchos los que consideraron que la mayor curiosidad la acaparaba la nueva consellería como era la de Transparencia, Responsabilidad Social, Participación y Cooperación. Casi res diu el paperet. 
La conselleria ha quedado instalado en uno de los edificios de propiedad autonómica que los últimos años estaba en desuso, la que en su tiempo fue sede del centro maternal La Cigüeña. Allí, en el Paseo de la Alameda, es donde ha quedado ubicada la conselleria de Transparencia, etcétera, etcétera. Su titular, el doctor en Derecho y profesor de la Universitat d’Alacant, Manuel Alcaraz Ramos, ha dispuesto recientemente que se formalice un contrato para el suministro de cortinas para su nueva sede central, por un importe de 13.067,75 euros, que se elevan a 15.811,07 euros una vez sumado el correspondiente IVA.
- ¿Cortinas, dice usted?
- Sí, señor. Al menos, eso es lo que aparece publicado en el Diario Oficial de la Generalitat Valenciana.
- Será un error, sin duda. ¿Qué hace una consellería que se autotitula de Transparencia poniendo cortinas a su sede?
- El conseller sabrá pero, como poco, la pretensión resulta del todo contradictoria con los propios propósitos de la consellería. Sólo faltaría que las cortinas sean de esas llamadas de foscurit, que no dejan pasar ni un rayo de luz.