No llego a comprenderme. Me doy cuenta de que cada día que pasa las certezas que me habían servido para desarrollar mi constructo se van debilitando. (El constructo psicológico, también construcción psicológica, es una herramienta utilizada para facilitar la comprensión del comportamiento humano).
Hasta hoy es lo que me viene ayudando para comprender las conductas, las opiniones, los juicios emitidos por los demás, pero noto cómo un insecto perforador invisible va horadando, como una termita, que aquel amueblamiento que he ido acumulando a través de los años se mueve, tiembla como si un terremoto hiciera temblar el entorno al que se adhiere.
Lo que antes parecía una verdad irrevocable, un deseo incluso soñado, de ahí su concepción de deseo, se va cubriendo de una especie de niebla, una bruma distorsionadora de tu realidad dando paso a otras imágenes-concepciones.
Para no hacer filosofía de andar por casa, debería poner un ejemplo. ¿no? 
Sí. Pero hágalo facilito, que se entienda.
Imaginemos un estudiante de hace unos años, no hace falta remontarse a los años cincuenta o sesenta, pongamos los ochenta, hincando el codo de forma intensa, por la necesidad de conseguir una beca en el futuro, o sin beca, porque podía jugarse no solo las vacaciones de verano, amén de una bronca monumental en la que se le recordaba que su única misión era estudiar y aprobar porque quedarse para septiembre no era buena cosa, o incluso que se quedase con una o dos asignaturas ‘pendientes’ o sea, suspendidas. 
Ese estudiante se quedaba en el curso que fuese, allí todo un curso.
¿Y ahora? Ahora, estimado lector, ella o él pueden pasar porque la actual Ley parece permitirlo y así con ese procedimiento “progresista”, “moderno” vamos igualando a todos por abajo lo que es ideal para el ejercicio de ciertos poderes desde arriba. ¡Viva el decreto Ley! Si es el caso o ¡Viva la Sra. Celaá!
Supongo que a algunos les gusta porque así se quitan de encima el peso del cuidado a los hijos en el tiempo de descuento estudioso. Yo no lo veré porque el calendario me marcará la hora, pero ellos -hijos y ascendientes- sí lo verán y lo padecerán.
¿Y qué tiene que ver esto con el planteamiento del titular de la columna?
Mucho. Porque si a esto se le añaden conceptos como democracia, subvenciones, corruptelas o en su mayor grado corrupciones, que ya requieren, a lo mejor, el concurso de varios sujetos, se sigue tambaleando el edificio interior, eso que, pomposamente, he llamado el constructo.
Y surge la duda.
¿Y qué es la duda? 
Sin acudir a Descartes- esto es un periódico que no da lecciones, pero sí que ayuda a intentar aclarar algunos conceptos que pueden contribuir a consolidar, o no, determinadas opiniones sobre asuntos que nos conciernen a todos los que escribimos y los amables lectores que acuden a nosotros- digo con Descartes que la duda es un instrumento que nos marca el camino hacia la certeza.
Otro ejemplo sencillo sería aquel que, sin tener datos o pruebas bastantes, condenamos a otro solo por el hecho de beber en una fuente que nos genera confianza. No. Hay que objetivar siempre.
Para mí eso significa entrar de lleno en la duda metódica - y eso sí que es cartesiano- que supone integrar en uno la intención de pensar si eso es verdadero o falso.
Otro ejemplo de ahora mismo. 
Yo no conozco a la Sra. Ayuso de Madrid, tan en el candelero ahora con esto de las elecciones, y si me dejo llevar por lo que los medios nos trasladan (casi todos, porque la propiedad y las licencias dependen ahora mismo del área de influencia del Gobierno actual) yo estaría en condiciones de decir que esta señora está falta de “un hervor”, que se equivoca mucho al hablar y que quiere llevar a los madrileños al cadalso del capitalismo más feroz y ya solo por esta persecución sistemática, metódica, me asalta la duda. 
¿Será tan mala como dicen? Quizás no. 
Tengo que intentar acudir a otras posibles fuentes antes de emitir un veredicto y emitirlo supone estigmatizarla sin conocerla o elevarla a los altares que tampoco es eso. 
¿Entonces? 
Dudar metódicamente, pero sin llegar a la paralización. Un equilibrio difícil.
Hay que echar mano de la palabreja. El constructo. 
Eso me recuerda al famoso Julio Anguita cuando nos sorprendió con el concepto “convoluto”- que después de todo solo significa “comisión ilegal o mordida”- pero así suena distinto ¿No?
“Cogito, ergo sum” (pienso, luego existo), y si eso es así, no hay duda de que existimos. Solo eso es cierto. A partir de esa afirmación indiscutible a mí me ha pasado que a medida que hemos, he, tenido experiencias, mis sentidos me han engañado muchas veces.
La primera impresión, dicen, es la que vale. No. A mí ha confundido muchas veces.
Recomiendo dudar, analizar y luego, en todo caso opinar. 
Buenos días y salud para los lectores.