Con cerca de 2.000 km a sus espaldas, Dolores Aparicio es ya toda una experta en el Camino de Santiago. A sus 73 años, puede decir que ha hecho el camino Francés, el Portugués, el Inglés, Fisterra-Muxía y el Sanabrés. Tiene mil anécdotas que contar, pero sobre todo destaca el buen ambiente que se vive y las amistades que brinda esta experiencia, porque como ella dice, el Camino es otro mundo
- ¿Cómo surge la idea de realizar el Camino de Santiago?
- Todo surgió en 1988, año en que vino a España el Papa Juan Pablo II. Desde la parroquia San José un grupo de juveniles, de los cuales mi marido y yo éramos monitores, fuimos a encontrarnos con él en el Monte del Gozo, a las puertas de Santiago. Vivir esta experiencia me ilusionó. Hicimos un tramo pequeño del Camino y me enamoré. Cuando llegué al Monte del Gozo, allí lo tuve claro, sabía lo que quería hacer en mi vida. Esto fue de lo más maravilloso que me ha pasado. Ver riadas de gente joven cantando, con mucha alegría; la gente se desvivía por ayudarte, había un ambiente muy sano.
- Pero desde esa experiencia hasta su primer Camino pasó mucho tiempo...
- Sí, volví muy ilusionada, pero pasó mucho tiempo hasta que conseguí que alguien me acompañara. En todo ese tiempo me documenté y leí muchas cosas sobre el Camino, todo lo que caía en mis manos. Hasta que mi sobrina, Mª Dolores, arqueóloga de profesión, me dijo que me acompañaba. Ella tenía 30 años, y me dijo que si no se quedaba embarazada, vendría conmigo al Camino. Yo le dije que tenía mucho ilusión de que se quedase embarazada, pero que se esperara un poquito (ríe). Y el 1 de septiembre del año 2000 mi sobrina y yo partimos. Empezó así esta gran aventura.
- ¿Cómo fue aquella primera experiencia?
- Hicimos el Camino desde O Cebreiro. Nos preparamos a conciencia, pero así y todo, hubo muchas cosas que aprendimos... Preparé los enseres, intentando llevar el mínimo peso. Aconsejan que debes coger una mochila con un peso máximo del 10% de tu peso. Así, si pesas 65 kilos debe pesar un máximo de 6 y medio. Como nos fuimos en septiembre, y en Ontinyent todavía hacía calor, pensábamos que allí sería similar. Pero para nada, hacía muchísimo frío, las temperaturas más bajas de toda España, y no llevábamos mantas. Menos mal que nos pudimos alojar en casa de una señora y nos dejaron abrigo. El primer día quisimos salir pronto, a las 6 de la mañana, porque decían que así llegabas antes y eras la primera en ducharte. Y claro, tan pronto, de noche oscuro, con un frío que hacía... Las orejas se helaban, era un frío que penetraba, pero se mezclaba todo esto con la emoción que tenía de estar haciendo el Camino por fin.
- ¿Con qué se queda de aquel primer Camino?
- Todo el mundo estaba pendiente de nosotras, al ir las dos solas. Nos llamaban ‘las Dolores’, por ser mi sobrina Mª Dolores y yo Loli y, y fue típico en el aquel Camino oír: “¿Ya han llegado las Dolores?”. Conocimos a mucha gente, de muchos sitios distintos, pero el que más recuerdo es a un brasileño. De aquel señor aprendí muchísimo. Tenía 50 años y en su país era ingeniero de plataformas petrolíferas del mar, una profesión en la que trabajas sólo 25 años porque es muy sacrificado. De casualidad, se llamaba de apellido ‘Vieria’, y tuvo un hijo al que le puso Santiago. Antes de hacer el Camino, este hombre tenía una ilusión tremenda de hacerlo y ya se había planificado todo desde mucho tiempo atrás, antes de jubilarse. Además de conocer a gente, mi sobrina y yo reforzamos muchísimo nuestra unión.
- ¿Antes de esto ya era aficionada al deporte?
- Desde siempre me ha atraído la naturaleza. Cuando veía a los del Centro Excursionista, siempre me llamaban la atención y me hubiera gustado irme con ellos. Mi padre era cazador y siempre ha sido un enamorado de la sierra, y yo, de hecho, me crié en el campo. Los olores, el paisaje... Me pierdo con ello.
- Desde entonces hasta ahora, ¿cuántos Caminos ha realizado?
- He hecho 12 años de Camino, desde el año 2000 hasta 2016, con pausas de por medio claro, por asuntos personales. He hecho el Francés (durante siete años); el Portugués (a lo largo de dos años); otro año hice el Inglés; otro el Fisterra-Muxía, que es el último tramo desde Santiago hasta el Cabo de Finisterre, y el último que hice fue el Camino Sanabrés. Este último se llama el Camino de la Plata, si empiezas desde Sevilla, pero si comienzas desde Ourense, se le llama el Sanabrés. En este había 24 km todos de subida, así que antes de ir me preparé bien subiendo y bajando el Delme (ríe).
- ¿Cómo diría que ha cambiado en estos 18 años?
- En aquel momento el Camino no era como ahora, que existen alojamientos mucho más cómodos, y existe la posibilidad de que te lleven la mochila de un lugar a otro. Cuando yo empecé era todo más precario. Antes era el Camino auténtico, con la mochila a cuestas. Y es verdad que la Xunta de Galicia se ha preocupado por disponer albergues nuevos y en mejores condiciones; antes eran literas tipo la mili o colchones muy finos. Antes pagabas un donativo, y ahora han puesto un precio mínimo, para la limpieza. Los gallegos han cuidado mucho el Camino porque saben que es una fuente de ingresos. Hay voluntariado, se llaman ‘hospitaleros’. Y el servicio de médicos, la atención... Es muy buena. Lo tienen todo muy preparado para el peregrino.
- Compaginar la vida diaria con la preparación del Camino, ¿cómo fue?
- Lo hacía todo con ilusión. Yo soy natural de Enguera, pero vine a Ontinyent con 8 años porque trasladaron a mi padre por asuntos de trabajo. Otra de mis pasiones ha sido la moda. Desde pequeña aprendí la profesión y saqué el título de profesora de corte. Regenté el establecimiento Loli Boutique durante 25 años, y durante ese tiempo fue cuando hice el Camino. A principios de septiembre iba a la Feria de la Moda, y cuando acabábamos, aprovechaba para cogerme unos días para el Camino. Madrugaba mucho, me dejaba la comida hecha, y me iba a caminar de noche. Ahora, que ya estoy jubilada, colaboro como escaparatista de la tienda del Trévol.
- ¿Cree que el Camino no está hecho para todos?
- Hubo unos chicos que hicieron algún tramo con nosotros, pero se cansaron y se fueron. En el Camino se rinde mucha gente. Para mí todo se resume con esta frase: “Lo que al Camino lleves, eso el Camino te da. Tú serás tu pergamino, y el pergamino en ti escribirá”. Yo encontré mucho cariño y mucha ilusión, pero es sacrificio. A mí a veces me da miedo explicarlo, porque yo lo veo todo fácil, aunque luego no lo es. Por ejemplo, en una etapa del camino Francés (Zubiri-Pamplona), en Pamplona no había sitio y tuvimos que hacer 4 km más para encontrar alojamiento, parte por carretera y con un calor terrorífico. Una amiga me decía “qué mala amiga eres, dónde me has traído” (ríe). Pero todo de broma. Lo pasamos fenomenal.
- ¿Cómo ‘enganchó’ a su marido?
- Mi marido no quería hacer el Camino, por mucho que yo le insistía, pero al final le contagié la ilusión. En el segundo Camino que hice, que arrancaba en Roncesvalles, me fui con dos amigas, Mª Ángeles y Amparo, y mi marido nos llevó en coche hasta el punto de partida. Le hice la mochila, se lo preparé todo, por si acaso, y a escondidas. Y resulta que llegamos a Roncesvalles, y vio el panorama y se animó. Dijo, “voy a empezar y cuando me canse, lo dejo”. Pero al final terminó toda la etapa porque le gustó, le gustaba la compañía, vio el ambiente tan bueno que había y se quedó enganchado. Fue además un empujón que le llevó a dejar de fumar. Hubo alguna etapa en la que le costaba subir, y vio claro que, o acababa él con el tabaco, o el tabaco acababa con él.
- De todos los Caminos, ¿con cuál se queda?
- El portugués, estoy enamorada de este Camino, porque es muy fácil de hacer, tiene una cantidad de colores preciosos, muchas flores diferentes. Un día llovió, y los olores fueron espectaculares. No es un Camino difícil de hacer, entonces cuando alguien empieza, lo llevo allí. También el de Fisterra-Muxía tiene unas vistas preciosas, porque vas bordeando la Costa da Morte.
- ¿Qué cree que aporta esta experiencia?
- A mí es como si me inyectaran alegría para todo el año, me da mucha una paz interior. Y cuando tengo un problema, me pongo la mochila y me pongo a caminar, aunque sea por casa. Vuelvo pensando en volver a ir. Siempre que voy a Santiago le digo al santo, ‘déjame volver’.
- ¿Qué consejos daría a los futuros peregrinos?
- Yo aconsejo, lo primero, un sombrero, un protector solar, un pañuelo y unas rodilleras. Para los mosquitos también hay que coger algo. Para el pie seco, Vicks Vaporub, y si está húmedo, alcohol de romero. Hay que llevar un botiquín, un costurero, una navaja. También un forro polar y un chubasquero (no un impermeable, ya que puedes sudar y resfriarte) y paraguas; unas tiritas que no se vayan con la ducha para ponértelas tan pronto como se haga roce.
Y muy importante, un buen calzado, nunca hay que llevar las zapatillas nuevas. Botas y zapatillas, para ir combinando según el desnivel, y chanclas. También, en lugar de pinzas, llevar imperdibles. Si se te queda la ropa mojada, la puedes colgar en la mochila y que se sequen por el camino. Y sobre todo, llevar actitud de verdadero peregrino.