Debería comenzar hoy en Valencia el 40 Congreso del Partido Socialista Obrero Español. Pero no será así. El partido fundado por Pablo Iglesias Posse el 2 de mayo de 1879 (nada que ver con el homónimo zascandil que ha vuelto a los platós de televisión y el columnismo después de pasar por la vicepresidencia del Gobierno de España), llevaba celebrados treinta y nueve congresos a lo largo de su historia. Aunque el cónclave socialista de este fin de semana pudiera considerarse en base a ciertas formalidades el cuadragésimo, la realidad impuesta por Pedro Sánchez, desde que retomase el poder en 2017, ha venido demostrando con hechos que el PSOE perdió sus verdaderas siglas para convertirse en el Partido Sanchista. Y así quedará ratificado en el congreso de Valencia.
Tras su amarga defenestración de su secretaría general socialista, Pedro Sánchez se prometió a sí mismo cual Scarlett O’Hara que nunca más volvería a pasar hambre. Ningún tipo de hambre. Léase llegar al poder, e insaciable, mantenerse en él a toda costa.  Y si para lograr su objetivo personal y político tiene que laminar a todo aquel que pueda ser un obstáculo, lo laminará haciendo uso de la daga florentina que ha demostrado manejarla con tanta precisión como sangre fría.
Que se lo pregunten a Iván Redondo, que después de hablar con Jordi Évole de modo profuso, difuso y confuso, ha sido mucho más explícito con Susana Griso, a la que ha confesado que Pedro Sánchez es el pasado y que apuesta por la podemita Yolanda Díaz, a la que ha convertido en la favorita de los jóvenes españoles menores de cuarenta y cinco años.
Que se lo pregunten a José Luis Ábalos, confidente, amigo, edecán, casero, cómplice… al que Pedro Sánchez llegó a pedir opinión como ministro y secretario de organización del PSOE sobre los nombres de salientes y entrantes en la última remodelación del Gobierno que preparaba, sin ni siquiera insinuarle en ningún momento que muy pocas horas el que había sido estrecho colaborador, ayudante, compinche y hasta chófer sería arrojado a las tinieblas exteriores
Redondo y Ábalos son los casos más llamativos, pero no únicos, de la demostración de poder omnímodo del que goza como presidente y secretario general del Partido Sanchista. Un poder que será ratificado e incrementado en el congreso de Valencia. En los prolegómenos de esta magna  reunión Sánchez ya ha adelantado algunas medidas que piensa proponer a los reunidos, sabedor como es de que no tendrá oposición alguna por parte de ningún barón, ni siquiera por parte de los candidatos a  la escabechina que llevará a término, con el fin de dejar reducido a la mitad el número de miembros del comité federal y de nombrar a quienes se convertirán en sus hipotecados deudores.
Pedro Sánchez ha finiquitado el viejo Partido Socialista Obrero Español para dar paso a su personalísimo proyecto. Aquello que decía Alfonso Guerra cuando advertía que quien se movía no salía en la foto, se queda en pellizco de monja comparado con la contundencia con la que Sánchez maneja las riendas del que, con razón sobrada, puede ser conocido como el Partido Sanchista. Ni el fraude en su doctorado; ni sus reiteradas promesas de no dar entrada a Podemos en el gobierno para así evitar el desvelo de los españoles; ni su negativa a pactar con los bilduetarras y demás fuerzas separatistas, como acabó haciendo y pactando con unos y otros, fueron razones de peso para que los dirigentes del que fuera su partido alzasen la voz  y se opusiesen a sus pretensiones. 
Pedro Sánchez entrará hoy en el congreso de Valencia como secretario general y saldrá el domingo coronado como césar imperator. Y sin ningún temor de que pueda aparecer algún Bruto para hacerle el mas mínimo daño, ni siquiera un rasguño.