El poeta inglés George Gordon Byron dejó escrito en uno de sus poemas que “cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”. Lord Byron, como fue conocido a lo largo de su vida disoluta, nunca tuvo perro, de modo  que así quiso resaltar  su aversión al género humano en justa correspondencia a todos los dimes y diretes que cuchicheantes, comadres, maledicentes y alcahuetas decían de él. 
Yo sí que tengo perro al que cuido y alimento. Y lo hago no sólo por mi obligación sino como agradecimiento a su fidelidad y compañía por más que muchas veces sea invasiva y apabullante, pero esa es su manera de demostrarte su carácter  y sentido de la vinculación. Los dos sabemos cuales son nuestras respectivas condiciones. El es perro y yo una persona, pero me temo que esta distinción hasta ahora tan evidente acabará diluida, cuando no confundida, si llega a aprobarse la Ley de Bienestar Animal cuyo borrador ya está redactado y de la que es promotor el director general de Derechos de los Animales, el podemita Sergio García Torres. 
Algunos detalles de esa futura ley ya los ha dado a conocer el propio director general. El afán por prohibir o imponer que tiene esta izquierda comunista a la que Pedro Sánchez dio cabida en su gobierno, queda puesta de manifiesto a lo largo y ancho del texto. La prohibición de venta de animales en tiendas es una de ellas, pero no la más estúpida, como lo será la imposibilidad de cría por particulares y la obligatoriedad de esterilización antes de ser vendido, cedido o adoptado. Los zoológicos no podrán criar ni comprar animales. Sí que parece buena cosa el principio fundamental de la futura ley como será el sacrificio cero que se pretende conseguir sobre la base de un cero abandono.
La ley no tiene previsto incluir medida alguna relacionada con la fiesta de los toros porque sus promotores consideran que en ese caso tendría muchas dificultades su tramitación. Menos mal, me dije, no fuese a ser que el festejo del pasado domingo en la plaza de toros de Bocairent, con nuestro paisano el rejoneador Pablo Donat Garrote como principal aliciente, fuese a ser uno de los últimos festejos que pudiésemos presenciar. Menos mal, insisto, porque verle a la grupa de sus caballos, a cual de ellos más precioso y preciso a las órdenes de su jinete, es un espectáculo digno de la mejor escuela de equitación. 
Meses atrás supimos que la Generalitat Valenciana alienta la prohibición de participación de animales en fiestas y desfiles, lo que supondrá no poder contar con caballos, dromedarios y elefantes en nuestras entradas de moros y cristianos. La ley estatal también va por el mismo derrotero. Nos quedaremos sin la hasta ahora vistosa presencia de bestias (uy, perdón, porque lo mismo no se las podrá seguir llamándola así por considerarlo despectivo o denigrante) pero estará permitido que un ser humano se enfunde –como vimos años atrás – un muy conseguido disfraz de gorila con el que poder terminar del todo deshidratado.
A quienes nos preocupa el destino de los fondos públicos,  que nos sorprendemos y cabreamos por la cantidad de puestos directivos de nueva creación, cuya inutilidad es tan ociosa y manifiesta es   paralela a la inutilidad profesional de quien se ve premiado con esa poltrona, debemos sosegarnos. Al fin tenemos conocimiento de que el director general de Derechos de los Animales, que se lleva cada año 80.000 euros de los Presupuestos Generales del Estado, y del que no se conocía hasta ahora actividad alguna que no fuese la de firmar la nómina, ya ha hecho algo, un borrador de ley.