Percibo que hay una premonición en torno a la ira, a la ira de los justos. Se dice que hay que temerla. Los justos de hoy no son los padres bíblicos que uno puede suponer; los de hoy son personas corrientes, padres de familia, responsables de pequeños negocios, transcurriendo su tiempo esperando con paciencia que escampe y haciendo malabares de sus tripas corazón, pero no escampa. Al revés vamos a peor. Pluralizo con ese vamos porque en esa cesta estamos todos, a excepción de quienes nos gobiernan, algunos de los cuales se permiten verbalizar: si les va mal que cambien de oficio o empresa. Este pensamiento que parece provenir de un liberal “trumpiano”, no es apropiado porque no es posible cambiar de la mañana a la noche.
Parece, pues, que empieza a observarse algún ingrediente que serviría a este concepto de temer a “la ira de los justos”
Pensemos por ejemplo en la dinámica que se ha desarrollado en torno al comportamiento del exministro Illa durante el periodo en que ha sido ministro. 
Una especie de hombre tranquilo cuya experiencia en la materia para la que fue designado era cero. Nula. Sus silencios y sus intervenciones estaban marcados por la ineficacia, la duda y el desconocimiento. Eso sí, dicho con voz suave y con ligero acento catalán lleno de seny. Postura devenida por otros intereses. Intereses espurios, lejanos a la realidad concreta de los muertos que se amontonaban en las morgues improvisadas. Él y su técnico el Dr. Simón buscando el pico al que no se llegaba nunca.
El filósofo había sido escogido por su jefe, el Sr. Sánchez, con objeto de amortizar al Sr. Iceta que, siendo simpático y bailarín, no convenía que siguiera porque había estabilizado el interior del partido en Cataluña y ahora necesitaba expandirse y luchar contra el independentismo y eso parecía que podía provenir de las manos del filósofo de proyección y verbo conciliador.
Durante su égida como responsable de la cosa sanitaria en compañía del portavoz Dr. Simón han dejado la huella de la incertidumbre – todavía no sé, por cierto, que mascarilla es la que mejor va- y se les ha visto el plumero de su intervención critica constante contra la Sra. Ayuso de Madrid, supongo que siguiendo las ordenes del Gabinete del jefe del Gobierno, que sufren por no tener voz en esa primera plaza.
Como consecuencia de estas situaciones la economía ha sufrido un revés que afecta a importantes sectores tradicionales que han empezado a manifestarse mediante el “caceroleo” y que parece que va a más. Noto como la ira interior surge con los síntomas de un volcán en pre-erupción. Los movimientos internos de la sangre caliente circulan a mayor velocidad cada día. Es la ira.
¿Qué es la ira?
Una emoción que no se controla y que nace del odio y que condiciona la conducta y para quien la siente es como una necesidad de encontrar ahí, en ella, en su uso, un escape justo a la frustración y en ese proceso las barreras conservadoras saltan por los aires y son la argamasa que sirve para construir totalitarismos con la capa de necesidades democráticas, por el bien de todos. Demasiados ya no lo ven así y yo aconsejaría hacérselo ver.
Sucede que las condiciones impuestas por las Comunidades, incorporadas a última hora como cogobernantes- un invento del Gobierno Central que ha descubierto una tierra prometida en las autonomías, una especie “tierra prometida” para el Gobierno Central que se ha dado cuenta de que existen las autonomías y que, de repente también, se ha dado cuenta de que algunas responsabilidades como la Sanidad están cedidas.
Ante esta situación y ante la imposibilidad, parece que legal, de no poder operar por cuenta propia para paliar las carencias de viales, vacunas, equipos de primeras defensas para quienes están a diario frente al microscópico virus, no saben hacer otra cosa que cerrar, perimetralmente – frase mágica que creen que sirve para evidenciar su autoridad y conocimiento.
Los justos ven y oyen como algunos, aprovechando sus cargos se llenan de razón y son vacunados o se hacen vacunar antes que otros llamados “personal de riesgo” y eso alimenta la ira. 
De todas formas, puede pensar el presidente en su castillo monclovita, que no pasa nada, porque nadie le controla, no hace caso de las recomendaciones del Consejo de Estado y no va por las Cortes desde noviembre y ahora ya tiene a Illa donde él quería.
No soy el oráculo de Delfos, pero la gente está cansada, se van oyendo voces, hay conatos de manifestaciones y puede que “los justos”, dejen de serlo.