Nos son fáciles y conocidas las reivindicaciones a los gobiernos pidiendo áreas o zonas verdes, jardines y parques públicos en las ciudades, pues los barrios deben ser más abiertos, verdes y lúdicos. Por otra parte, muchas ciudades han dado la espalda al rio que las cruza o lo han usado como vertedero. Recuerdo cuando era pequeño y cruzaba el puente de la Paduana para ir al colegio la Concepción y ver las aguas sucias. Cada día, eran de un color según el tinte que se usaba en tal o cual fábrica textil o rojo de los fluidos del matadero. También los estudiantes lanzaban desde el puente multitud de papeles y libretas al finalizar el curso escolar. No era de extrañar encontrar escombros o electrodomésticos.
Por suerte, hoy en día nos hemos dado la vuelta y hemos empezado a mirar las aguas fluviales y su entorno como oportunidades recordando la frase de Cervino en las embajadas “cuál mis aguas, es limpio de mis hijos el linaje”. Y hoy en día ya podemos pasear por sus orillas y contemplar flora y fauna silvestre o domesticada.
Pero no es suficiente. Imaginemos un área natural, renaturalizada con vegetación autóctona de ribera, un bosque de álamos y sauces en galería, una zona de cañar que depure los metales pesados e iones que contenga el agua, una zona de carrizal y eneas, las terrazas aluviales bien delimitadas y áreas de protección local que favorezcan la reproducción de la fauna tanto acuática como de ribera; pienso en insectos acuáticos o peces, en reptiles y aves como patos, garcillas y garzas.
El río Clariano, a su paso por la ciudad, está rodeado de elementos urbanos muy propios para desarrollar una educación ambiental que combina lo natural con la historia y modos de vida de una ciudad y sus ciudadanos; los puentes, las fábricas textiles o de papel, los molinos, los barrios que se asoman y las fuentes y lavaderos.
Un área azul es, pues, un parque fluvial donde lo natural y lo antropológico se respetan y miman desde el uso urbano dividiéndose en zonas más o menos accesibles para personas, mascotas, colegios o estudios y para la preservación y reproducción de las especies autóctonas.
Así pues, imaginemos un área donde se pueda ir a pasear, a jugar, a comer o hacer deporte junto al rio y en el centro de la ciudad con un paisaje urbano antiguo y característico que le da aún más valor. A sus lados veamos áreas boscosas de ribera, donde la frescura ambiental prevalezca, la vegetación sea predominante y frondosa y pueda ser accesible por senderistas respetuosos y amantes de la naturaleza. Y estas áreas sean encabezadas en sus puntas por áreas protegidas para la cría, desarrollo y reproducción de la avifauna propia de riberas, la depuración natural de las aguas y el devenir evolutivo del entorno.
Déjenme soñar, aunque sea en un escrito para un periódico. Entiendo que los problemas son muchos; la propiedad de los terrenos, la inversión económica, la confederación y términos jurídicos de explotación o actuación en áreas públicas o simplemente las famosas riadas previsibles ante un cambio climático.
Pero el cambio climático no será si actuamos ya. Las barreras ambientales ante las plagas o epidemias son oportunidades nuestras que debemos promover. La calidad de las aguas y del entorno natural depende de nuestro cuidado y la ciudad que queremos será obra de sus ciudadanos.
Hay que empezar, ponerse en camino, vislumbrar la meta y acoger el talento de muchas personas que apuestan por una ciudad sostenible, ambiental y para los ciudadanos. Todo proyecto tiene un comienzo y unas posibilidades que no podemos despreciar para las generaciones futuras.
Este programa es y será un gran sueño y un gran anhelo de muchos ontinyentins.